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Que le robamos a Dios

Le robamos a Dios el honor que se merece. En Proverbios 3:9 afirma: «Honra al Señor con tus riquezas y con las primicias de tus cosechas».

En el último libro del Viejo Testamento, Dios charló a través del profeta Malaquías. Logró una pregunta provocativa: “¿Robará el hombre a Dios?” O sea algo asombroso pues recomienda algo que en la área parecería irrealizable. ¿De qué manera podría alguien hurtarle algo a Dios? ¿Significa eso que debemos romper las paredes del cielo y ingresar en el santuario interior del tesoro divino y asistirnos con las cosas que solo Dios tiene? Determinada cosa es descubiertamente irrealizable. El ladrón mucho más fuerte de todo el mundo jamás podría escalar las alturas del cielo y profanar las pertenencias de un Dios omnipotente, con lo que la sola iniciativa de hurtarle a Dios semeja absurda. No obstante, Dios responde a esta pregunta disipando rápidamente cualquier tontería relacionada con ella. Enseña precisamente de qué manera posiblemente las criaturas humanas sean responsables de hurto contra Dios. Esto responde a su pregunta: «¿Robará el hombre a Dios?» diciendo: «No obstante, me andas robando». La contestación israelita es: “¿De qué manera te robamos?” A eso que Dios responde: «En nuestros diezmos y en vuestras contribuciones» (3:8). Dios comunica que retener la medida completa del diezmo que Él necesita de Su pueblo es ser culpable de hurtarle a Dios mismo. Gracias a esto, maldice a toda la nación y les ordena de nuevo que le traigan todo el diezmo.

En el momento en que pensamos en el diezmo en las categorías del Viejo Testamento, comprendemos que el requisito supone devolver a Dios las primicias de nuestra prosperidad. Nos encontramos obligados a ofrecer el diez por ciento de nuestros capital o capital salvajes cada un año. Si el rebaño de un pastor generaba diez nuevos corderos, el requisito era que uno de estos corderos fuera brindado a Dios. Esta oferta viene de arriba. No es una oferta llevada a cabo una vez que se hayan cubierto otros costos o una vez que se hayan comprado otros impuestos.

¿A QUIÉN HIZO DIOS ESTA PROMESA?

Ciertos sostienen que las bendiciones y maldiciones de esta profecía son para la iglesia. Aun es común escucharlo en instantes de ofrenda, en el momento en que recuerda las muchas bendiciones que Dios dará a quien da. El enfoque aquí no es tanto ser desprendido con lo que Dios dió, sino más bien lo que Dios nos va a dar si la iglesia da diezmos y ofrendas. No hay mucha literatura que argumente con base bíblica que Malaquías 3:8-12 se aplica de forma directa a la iglesia, pero se encuentra dentro de los pasajes mucho más usados por los teólogos de la prosperidad para animar a ofrecer.

Los razonamientos se podrían enseñar de la próxima forma:

¿Birla el hombre a Dios?

“¿Birla el hombre a Dios? ¡Me andas robando! Y todavía preguntan: ‘¿Qué te robamos?’ ‘En diezmos y ofrendas’” (Mal. 3:8, NVI).

En Sudamérica es práctica que cada sábado, como una parte de la liturgia, se comparta la experiencia de distintas integrantes de iglesia sobre la lealtad a Dios en los diezmos y ofrendas. Las historias son excelentes y no solo detallan a un Dios que prospera materialmente, sino trae consigo cientos y cientos de bendiciones, primordialmente en lo que se refiere a socorrer a mucho más personas y dar a conocer el evangelio. No predicamos un evangelio de prosperidad, pero es verdad que bastante gente han prosperado merced a la administración de sus recursos siguiendo los principios bíblicos de mayordomía; no solo respecto al diezmo, sino más bien asimismo a los convenios y ofrendas.

Hurtar la Gloria de Dios

En el momento en que la gente se atribuyen los éxitos en sus vidas, la posesión de sus recursos materiales al propio esfuerzo, la prosperidad profesional que consiguen se asigna a sus estudios y su sabiduría, entre otras muchas cosas, sin admitir públicamente que todo lo mencionado son bendiciones, y que todos estos recursos fueron recibidos merced a la amabilidad de nuestro Padre Celestial, le roban Su gloria, que es Su tesoro espiritual.

“Todo cuanto es bueno y especial es un don que nos ha descendido de Dios nuestro Padre, que creó todas y cada una de las ases en los cielos. Él jamás cambia o cambia como una sombra en movimiento”. —Santiago 1:17 (NTV)

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