La personaje principal de la película, Elaine, es una hechicera que escapa de la región tras la desaparición de su marido en extrañas situaciones. Se instala en un pequeño pueblo de California, preparada para vender sus artículos hechos a mano en una tienda local. Más que nada, está resuelta a buscar novedosas chances para el cariño.
Si bien Netflix se complace de haber llenado las arcas de sus inversionistas merced a su talento para completar de televidentes series y reportajes en primera persona, si bien las considerables salas menguan y los videoclubes prosiguen engrosando la pira funeraria del antaño pádel. tribunales y laverrap, pero el cine se niega a fallecer. Lo mismo sucede con las brujas. No hay, pero hay, hay.
La fragilidad de una lengua en riesgo de extinción es que, así sea como resistencia a dejar lo que fue, como homenaje o como una manera sutil de explotar lo que ha funcionado como un éxito, la La película O hechicera del amor (2016) se filtra en sitios donde ahora prácticamente absolutamente nadie va, se cuela en una página pirata o se exhibe en salas de festivales con la expectativa de transformarse en un «nuevo tradicional» del cine clase B.
A Mulher Patriarcal
Pese a emprender el enfrentamiento desde la visión de los dos sexos, es indiscutible que A Bruxa do Amor es una película principalmente femenina. En él conocemos a Elaine, una mujer que, arrasada por la desaparición de su marido, recurre a la brujería para conseguir nuevamente el cariño verdadero. Con ese fin, se muda con una amiga, asimismo hechicera, en un pueblo diferente y empieza a llevar a cabo alarde de sus encantos irreprimibles entre ciertos hombres locales. El inconveniente aparece en el momento en que sus pociones mágicas y rituales sexuales transforman a los hombres en quejicas esqueléticos, lo que provoca que ella pierda todo interés en ellos.
En este momento, el pasado de Elaine podría ser la clave de todo. De esta forma se revela al espectador en una escena tan amarga como importante: la personaje principal se peina en oposición al espéculo y escucha los comentarios que su difunto marido le hacía en su día a día, por no cenar en tiempo hasta el momento en que ganó peso. . Este retrato de la crueldad sicológica nos declara que Elaine es, de todos modos, una mujer maltratada. Y lo que es peor: una de esas que prosigue suponiendo que fue su culpa. Si lo pensamos bien, este es el germen de la historia, ya que su cruzada en busca del amor como femme fatale del drama nace de la necesidad de entregarse a las fantasías masculinas. Para agradar al hombre. En este cuadro, Elaine consigue una dimensión prácticamente macabra, singularmente en el ápice de la escena descrita al principio de este parágrafo: ella, semidesnuda en cama y en el tímido comienzo de la masturbación, oyendo a su marido decir en su cabeza que ella por el momento no es tan gordito.
El hecho todavía es exactamente el mismo, la sexualidad como arma con la capacidad de supervisarlo todo, pero el cristal con el que observamos no provoca que sea un acto de sumisión, sino más bien de ensaltación, de liberación mediante nuestra identidad.
Aun en lo musical —que Amor es una cosa mágica compuesta por nuestra directiva es despiadado— halla la estabilidad ideal entre mensaje y forma que no se diluye en todo el rodaje. La experiencia sensorial completa de la iniciativa transporta al espectador a entender en unidad las pastillitas de personalidad que va dejando por el sendero: el matrimonio medieval, los aquelarres, la disco, no se comprenderían del mismo modo si no estuviesen unidos a la música y sonoros, que asisten a contextualizar la obra como un ente global. De este modo, subvirtiendo los códigos del thriller tradicional, quien usó el cuerpo femenino como instrumento para hallar un fin —debemos recordar pancartas de los 80 como Dressed to Kill (Brian De Palma, 1980)— se revela como una extraña obra que recopila los fundamentalismos de décadas pasadas y los incluye con un cambio de mirada afín al que logró Ana Lily Amirpour con el fabuloso A Girl Comes Home Alone at Night (2014): el hecho todavía es exactamente el mismo, la sexualidad como arma con la capacidad de supervisar todo, pero la lente con la que observamos no lo transforma en un acto de sumisión, sino más bien de ensaltación, de liberación mediante nuestra identidad. Lo verdaderamente asombroso de La hechicera del amor es que, usando viejos códigos en una auténtica confusión de referencia, consigue hacer algo nuevo y refrescante en un empleo afín del arte de hilar ideas que emplea Quentin Tarantino: ningún elemento nació con la película, pero la conjunción de todos ellos, adjuntado con la especial visión creativa de Anna Biller, ubica la obra en el panteón de las producciones singulares. No precisas un filtro de amor para enamorarte de ella.